Mi paciencia con los cólicos de mi bebé

Cuando los cólicos del bebé ponen a prueba la paciencia de la madre

Marisol Nuevo, Periodista
En este artículo
  1. Los cólicos del bebé lactante

LLoraba sin parar, se ponía rojo mientras agitaba los brazos y las piernas sin consuelo. Empezaba a las ocho de la tarde y no paraba de sufrir hasta las doce de la noche, que se dormía por aburrimiento.

Los cólicos de mi bebé pusieron a prueba mi paciencia como madre durante aquellos primeros meses. Y es que aunque nos volvemos locas preguntando al pediatra y buscando remedios en libros y artículos, siempre encontramos la misma respuesta: no hay nada realmente eficaz contra los cólicos porque la ciencia médica aún no ha encontrado la causa de los cólicos del lactante.

Los cólicos del bebé lactante

Recién nacido llorando

Mientras que unas teorías aluden a los gases como el mal de todos los males, que incomoda al bebé tensando su abdomen, en la práctica se ha demostrado que los medicamentos contra los gases no solucionan el problema y si fueran las flatulencia del bebé estaría incómodo después de cada toma, no a la misma hora todos los días; otras echan la culpa a la alergia a las proteínas de la leche de vaca, pero si así fuera los lactantes alimentados con leche materna no tendrían cólicos y no es así.

Y por último, no nos podemos olvidar de la ansiedad materna, de la inexperiencia de las madres primerizas, a la que también se atribuye el incremento del llanto del bebé a última hora de la tarde. Probé con todo, con el chupete, con el movimiento, con los masajes y con los paseos.

En mis intentos desesperados por calmar a mi bebé, salía a pasear media hora antes del cólico, incluso cuando llovía, por el centro comercial hasta que cerraba y casi tenía que salir corriendo porque me echaban, le colocaba en la mochila portabebés mientras charlaba con otras madres en el parque infantil por si con la conversación se entretenía lo mismo que yo y se relajaba un poco, le daba masajes en el sentido de las agujas del reloj con música relajante de fondo para dominar su estrés y calmarle, mientras hacía esfuerzos por no quedarme dormida porque, claro, me relajaba yo más que él, le metía en agua caliente, mientras durante el baño, le contaba cuentos para hacerle olvidar el dolor y le colocaba erguido, pegadito a mi pecho y junto a mi cara, hasta que cedía ante mis encantos.

Había días geniales, mis trucos daban resultado, me sentía feliz, ¡un día de descanso! ¡genial!, podía hablar por teléfono, sentarme un rato delante del ordenador y disfrutar de las sonrisas y muecas de mi bebé con nuestros juegos. Se lo contaba a todo el mundo y todo mi entorno sabía que hoy habíamos pasado un día estupendo. Pero, otros, imposible, nada de lo que hacía por él resultaba.

Al principio, podía nada en el mar de mi desesperación, pero tras dos semanas a prueba conseguí empezar a dominar la situación. Reconozco que su pediatra me ayudó muchísimo. Sabía que mi bebé estaba sano y bien, que no le pasaba nada, que sólo eran los cólicos y que cada día que pasaba era uno menos para llegar a la meta de su tercer cumplemés.

Y efectivamente así fue. Dos semanas antes de que cumpliera tres meses, los cólicos empezaron a ceder. Las tres horas de llanto se convirtieron en una hora y media, y no se presentaban todos los días. El bienestar estaba de vuelta en casa.

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