Un guay de nariz colorada. Cuento infantil sobre la felicidad

Cuentos de fantasía para niños

En este artículo
  1. Cuento infantil sobre la felicidad: Un guay de nariz colorada

Un guay de nariz colorada es un maravilloso cuento que nos adentra en un mundo de fantasía e imaginación en el que ocurren cosas mágicas. Un cuento infantil sobre la felicidad que podéis leer en familia.

Te invitamos a que conozcas a este ser fantástico, un ser que puede lograr cosas increíbles y cuánto más feliz es, más se le hincha su nariz colorada. 

Cuento infantil sobre la felicidad: Un guay de nariz colorada

 Cuento infantil sobre la felicidad para leer con los niños

Érase una vez un guay de nariz colorada. ¿Y qué es un guay? Os preguntaréis. 

Un guay de nariz colorada es un ser fantástico que vive en el planeta de Halacer y, en cualquier época, situación o lugar que desee, detiene el tiempo, lo ralentiza o acelera según su voluntad y conveniencia. Que atraviesa puertas cerradas y muros de piedra, pero no es un fantasma. Que puede volar,  pero no es un pájaro. Que sabe nadar, pero no es un pez. Que puede andar y correr, pero no es un hombre. Que dicen que tiene el corazón de colores, pero nadie lo ha visto. Y lo más peculiar en un guay es que cuando se siente muy feliz su nariz se hincha y se pone muy colorada, de ahí le viene su nombre. 

Tiene unas orejas largas y parecidas a la de los conejos, pero no es un conejo, un oído muy fino y los ojos pequeños, claros y redondos. De la boca le salen tres grandes dientes y tiene dos hoyuelos a los lados que le dan un aspecto muy simpático. Tiene los brazos largos y delgados y unas manos con seis dedos muy finos. Su cuerpo es mediano y tiene piernas fuertes y robustas que le hacen ser un gran atleta.

Bien, como os decía:

Érase una vez un guay que estaba en un bosque y saltaba feliz de árbol en árbol. ¡Ah! que no os he contado que un guay tiene una habilidad especial para dar saltos  y, en uno de sus saltos se sentía tan feliz, que se quedó flotando en el aire, suspendido boca abajo, colgado en el espacio sin hilos ni cuerdas que lo sujetaran porque -como os he dicho anteriormente- un guay tiene el don de detener el tiempo en el momento que quiera y en el lugar que desee, según su voluntad y conveniencia. Se quedó allí suspendido en el aire un buen rato, con su roja nariz, recreándose en su felicidad y, estando así, descubrió a un conejo que le miraba curioso y sorprendido; pues,  con seguridad, era la primera vez que veía un guay suspendido o, posiblemente, la primera que veía un guay de nariz colorada.

Decidió dejarse caer sobre una rama de un árbol cercano que le acogió balanceándole alegremente; pues los árboles peleaban entre ellos por ser los elegidos porque, siempre les hacían unas agradables cosquillas. Después de un solo brinco fue hasta el suelo, pero dando tantas volteretas en el camino que los monos más habilidosos miraban con envidia.

¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco!, muchas volteretas y, es que el guay, siempre está contento, y esta es una de sus maneras más habituales de manifestarlo.

Fue andando muy despacito porque le apetecía recrearse en la naturaleza. Observó el movimiento de las alas de las mariposas al volar, miró como un gusano daba un gran bocado a una manzana deleitándose en su manjar, como dos culebras reptaban y se escondían entre las piedras. Después decidió ir volando a la rivera del río -aunque los guay no tienen alas vuelan muy bien- y, observó fijamente la corriente de agua que bajaba muy clara con bonitos reflejos de colores y se sintió tan feliz, que empezó a dar volteretas de nuevo y empezó a crecer su nariz colorada.

Estando boca abajo vio a un pequeño cangrejo que le llamaba moviendo las patitas para que  jugara con él; por eso, se metió en el  río y empezó a nadar porque, los guay, aunque no tienen aletas ni branquias- como os he dicho anteriormente-, nadan muy bien. Cuando se cansó de jugar en el agua, salió y se suspendió de nuevo en el aire para que el sol le hiciera cosquillas con sus rayos, pues este era uno de los momentos más agradables del día para un guay.

Al rato llamó al viento para jugar con él y, el viento acudió a su llamada como un vendaval y, los dos corrieron de un lado al otro muy divertidos dando volteretas.

Después llamó a la nieve para jugar con ella y, los copos cayeron revoltosos al momento y lo pasaron muy bien.

Luego jugó con la lluvia, con las nubes, con los truenos, para después deslizarse como en un tobogán por cada uno de los colores del arco iris. Por el rojo muy deprisa, por el azul más despacio y así hasta que le entró el sueño. 

Cuando el sol se fue y salió la luna, el guay se durmió como acostumbraba, suspendido boca abajo en el aire, muy feliz.

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